Ubicado al norte del Uruguay, sobre el km 388 de ruta nacional n° 5, Tacuarembó, el departamento más extenso del país, es una tierra bella, pacífica, tentadora, cuya historia mezcla, entre otros hechos, el fin de la hazaña Artiguista, con la batalla de Tacuarembó o la masacre de los últimos charrúas refugiados en el Salsipuedes e infinidad de muchas otras que se complementan con la vida moderna del hoy. Pero también existen aquellas historias que pueblan la campaña oriental, que las susurra el campo, que la cuentan los rincones de la ciudad, que las ha escuchado el paisano o el vecino, o incluso las han vivido. Son esas historias que pretendo publiquemos juntos, para revivir lo que muy pocos parecen recordar, que existe un Tacuarembó paralelo, un Tacuarembó que cuenta otras historias, el Tacuarembó oculto. MAIL DE CONTACTO: tacuaoculto@hotmail.com.ar

sábado, 23 de octubre de 2010

DIFUNTA CORREA: LEYENDA Y CULTO

Una de las experiencias más gratificantes de mi vida, y cuyo solo recuerdo me llena de felicidad, es la de viajar muchos veces a Paso de los Toros con mis tíos, Mirna y Raúl (aunque con mi hermana siempre les llamamos cariñosamente, tía Lala y tío Lalo). La parada obligatoria de dichos viajes, era siempre un lugar que me despertaba curiosidad y me llevaba a imaginar cosas propias de un niño; lugar que aún hoy es sitio de peregrinación de miles de devotos, que como mis tíos, creen en los milagros de a quien el pequeño santuario ubicado muy cerca del arroyo, está dedicado, la Difunta Correa. Pequeño y hecho de material, se asemeja a una capilla, que rodeada de cientos de botellas, flores, placas y cartas demuestran el agradecimiento de miles que recibieron la ayuda de esta mítica figura que trasciende fronteras. Recuerdo que mis tíos siempre me repetían lo importante que era agradecerle el tener un viaje seguro. Mi tía me contaba entonces, que la Difunta Correa había sido una señora que había muerto de sed y que todos los que pasaban por el santuario le pedían milagros, dejándole como agradecimiento botellas de agua. Recuerdo que solía imaginarme a dicha señora caminando por la ruta, con un sol a pleno, con muchísima sed y que llegando finalmente al arroyo, a pocos centímetros, desfallecía. Increíble, pero en definitiva era un niño y mi imaginación siempre fue muy prolífica. Pero hoy, que me he decidió a bucear en las historias de nuestro Tacuarembó paralelo, me propuse compartir con ustedes esta experiencia, investigando un poco más. Muchos, tal vez, conocen la historia de la Difunta Correa, otros como yo, por primera vez nos acercamos a ella.

Era el año 1814 y en Argentina estallan una serie de guerras civiles que se prolongarían hasta el año 1880, resultando de ellas, entre otras cosas, la forma de gobierno que rige al país hasta la actualidad. En dichas guerras participaban, entre otras fuerzas, las montoneras, unidades de extracción rural, generalmente de caballería, conducidas por caudillos locales y que se alzaban contra el gobierno provincial. Como suele suceder en tiempos de guerra, la población civil es la que más sufre las consecuencias. Las tropas regulares y las montoneras saqueaban pueblos a su paso, reclutaban a los hombres para engrosar sus fuerzas y violaban a las mujeres.

En algún momento entre 1840 y 1850, una tropa montonera venida desde la Rioja y de paso por San Juan, lleva a cabo la “leva” (reclutamiento) entre los hombres del pueblo. Baudilio Bustos, esposo de Deolinda Correa, es también reclutado, a la fuerza, como la mayoría de los hombres. Cuenta la historia que por aquellos años, el comisario del pueblo pretendió que la bella Deolinda (la tradición oral nos cuenta que era una mujer de buena presencia) contrajera matrimonio con él, negándose ésta a serle infiel a su esposo, más aún con una persona a la que no quería. Ante la difícil situación de estar desamparada y además de sufrir el acoso de este hombre, Deolinda decide emprender un viaje que la llevara a ella y su hijo tras los pasos de su esposo y la tropa montonera. Así, parte desde su casa, en calle Dos Álamos, en la zona “La Majadita”, hoy departamento 9 de Julio, Provincia de San Juan, cargando solamente lo que lleva puesto, su hijo recién nacido, algo de pan, algo de agua y la esperanza de encontrar la base Riojana de las tropas montoneras y así formar parte de las miles de mujeres que también seguían a sus esposos y que acampaban allá donde estuvieran.

La travesía la llevaría, seguramente, a través de “Villa Independencia” antigua zona capital de Caucete, después de cruzar el Río San Juan en balsa. Luego, y tal vez huyendo del hombre que no deseaba, cruzará médanos y cerros, en una dura travesía, deambulando sin rumbo fijo antes de encontrarse en “Vallecito”, una localidad al este de la provincia de San Juan, a la que habría llegado ya exhausta y casi sin vida. La mañana siguiente los arrieros Riojanos, Tomás Nicolás Romero, Rósauro Ávila y Jesús Nicolás Orihuela, encontraron el cuerpo exánime de Deolinda; pero increíblemente, su pequeño hijo, al que había aferrado a su pecho, permanecía con vida por haberse amamantado. Los arrieros enterraron a Deolina en “Vallecito” y llevaron consigo a su pequeño hijo a la Rioja. Desde aquí hay dos versiones. Una, nos dice que el niño falleció tras la primera jornada de viaje hacia la Rioja, que los mismos arrieros habrían vuelto para enterrarlo junto a su madre; la otra, cuenta que se crió con una familia del lugar. Lo mismo sucede con el esposo de Deolina, Baudilio Bustos, algunas versiones indican que murió en las montoneras, otras que volvió diez años después y falleció ya muy anciano.

Lo cierto es, que ya para las últimas décadas del 1800, la historia de la Difunta Correa era popular entre la gente del lugar y que poco a poco fue colándose en la vida de todos los que por allí pasaban, transformándose su historia y su imagen, en objeto de culto para muchas personas. Es así, que de aquella época data una lápida dedicada en su memoria y que reza (con error ortográfico): “Recuerdo de gratitud y justicia a la caritatiba alma Difunta Correa Q.E.P.D. Junio de 1895”.

“El milagro de la Cuesta de las Vacas”. Cincuenta años después de la muerte de Deolinda, Don Flavio Zeballos o más conocido por “Don Claudio”, famoso arriero del oeste Argentino, popular en Córdoba, San Juan, Santiago del Estero, La Rioja y Mendoza, fue el gran protagonista del milagro que recorrería América y llevaría la historia de la Difunta Correa más allá de fronteras argentinas. “Don Claudio” y su gente, habían sido contratados por una señora Cordobesa para llevar quinientas cabezas de ganado a Chile con el fin de venderlas, ya que allí existía un mejor precio para la carne vacuna. Atraviesan San Juan y a la altura de “Vallecito” deciden acampar. De pronto y durante la madrugada se desata una tormenta inusitada, que hacía creer que el cielo se iba a caer. Evidentemente que los animales se espantaron y quinientas cabezas de ganado corrieron despavoridas por el campo, dejando al arriero y su gente impotentes ante la situación. La angustia de este hombre debería ser inmensa, ya que no solo tendría que responder ante la persona que depositó en él un gran capital y toda su confianza, sino que además este era su medio de vida. Como contó su nieto, Don Contrera Zeballos, años después, aquella noche, su abuelo y sus hombres habían acampado a la altura de un barranco en el que había una cruz que indicaba la presencia de una difunta. Don Zeballos no era ajeno a las ya cuantiosas historias de milagros realizados por la difunta, por lo que, siendo un hombre de fe, le pidió a ésta en presencia de sus hombres, que si le ayudaba a encontrar la mayor parte del ganado, volvería y construiría una capilla para proteger su tumba y su cruz.

Partieron a la mañana siguiente y poco después encontraban el ganado en una cuesta que terminaba en una quebrada. Ni un solo animal faltaba, estaban todos juntos y sanos. No solo era difícil de creer que no faltara ninguno de los animales sino que además ante tremenda estampida, se suponía al menos que podrían estar lastimados, fracturados y demás. Don Flavio Zeballos cumplió con su trabajo y al regresar de Chile dispuso inmediatamente la construcción de una capilla que protegiera la tumba y la cruz de la Difunta Correa, tal como le prometiera. Desde entonces la quebrada es conocida como “la cuesta de las vacas” y la capilla de la difunta que una vez fue visitada por los arrieros que por allí pasaban, es visitada hoy por los modernos arrieros, los camioneros, que esparcieron su leyenda por toda América, y es así que nuestro país no escapa a su imagen, su culto y su historia.

Quiero dedicar esta humilde “entrada” a mis tíos, Lala y Lalo, gracias a ellos, mis segundos padres, me familiaricé con los libros, que hoy adoro y a mi Paso de los Toros querida, donde conocí grandes amigos y donde cultive mi gusto por la leyendas, los misterios y el mundo oculto que nos rodea.

Si fuiste protagonista de alguno de los milagros de la Difunta Correa o conoces a alguien que lo haya sido, ¿por qué no lo compartes?.





SANTUARIO DE TACUAREMBÓ SOBRE RUTA 5
























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