Ubicado al norte del Uruguay, sobre el km 388 de ruta nacional n° 5, Tacuarembó, el departamento más extenso del país, es una tierra bella, pacífica, tentadora, cuya historia mezcla, entre otros hechos, el fin de la hazaña Artiguista, con la batalla de Tacuarembó o la masacre de los últimos charrúas refugiados en el Salsipuedes e infinidad de muchas otras que se complementan con la vida moderna del hoy. Pero también existen aquellas historias que pueblan la campaña oriental, que las susurra el campo, que la cuentan los rincones de la ciudad, que las ha escuchado el paisano o el vecino, o incluso las han vivido. Son esas historias que pretendo publiquemos juntos, para revivir lo que muy pocos parecen recordar, que existe un Tacuarembó paralelo, un Tacuarembó que cuenta otras historias, el Tacuarembó oculto. MAIL DE CONTACTO: tacuaoculto@hotmail.com.ar

domingo, 26 de junio de 2011

FOTOS EXTRAÑAS EN SAN GREGORIO


Hace poco más de una semana me enteré de un extraño suceso, todo gracias a Ismael Viera, quién más que un compañero de trabajo, ha sido una persona con quien he tenido la oportunidad de compartir una gran amistad; al igual que yo, Ismael es apasionado pero respetuoso de los extraños fenómenos que nos rodean. El sábado 18 de junio, Ismael pautó una entrevista con dos hermanas oriundas de San Gregorio de Polanco, Caren y Gimena Enrique. Ellas me pusieron en conocimiento de los detalles concernientes a las fotografías que aparecen más arriba. Las llamativas figuras, formas o cómo deseen llamarlas, que aparecen en las tomas realizadas por Caren y Gimena, no se quedaron allí y pasaron a formar parte de un rumor que recorrió la comunidad, llegando incluso el canal cable de la localidad, a realizar tomas en video, aunque no se lograron los mismos resultados. Paso a resumirles con el mayor detalle posible lo que las hermanas Enrique me contaron personalmente. 

Solo algunas semanas atrás, las hermanas, Caren y Gimena Enrique, junto a su prima, toman fotos de los niños que habían asistido a un cumpleaños en la cabaña que comparten con su madre, solo a cuatro cuadras de la plaza principal, en San Gregorio de Polanco. Se hizo la noche y mientras las hermanas Enrique ordenan y se encargan de los niños que aún están en la casa, su prima toma fotografías de los niños que están jugando en el frente. Cinco minutos más tarde son ellas, que con su cámara, inmortalizan los mismos momentos. Al otro día, por la tarde, las hermanas reciben el llamado de su prima, quien las apremia a mirar las fotos de la noche anterior, asegurándoles que en las tomas de su cámara podía apreciar formas extrañas. Se mostraba preocupada por la posibilidad de que sus fotos estuvieran arruinadas por un
defecto del propio aparato. Las hermanas se fijan inmediatamente en las fotografías almacenadas en su cámara, una Kodak C122. Les llevó unos segundos darse cuenta, que mirando las fotos un poco más detenidamente, se podían apreciar una serie de círculos de todos los tamaños y de diverso brillo, siendo tenues a veces y más fuertes otras. Estos “círculos” estaban en todas las fotos que habían tomado.

 Pero Caren y Gimena no se conformaron con las fotos de esa noche, querían comprobar si el extraño fenómeno volvía a repetirse. Al otro día y durante varios días más, siempre a la misma hora, 18:30, salían afuera y con su cámara Kodak tomaban varias fotos, solo para comprobar que los extraños círculos estaban allí nuevamente.

 Entusiasmados y sorprendidos por el testimonio, en el viaje de regreso, observé junto a Ismael, una a una las fotos más detenidamente. Encontramos cosas que nos dejaron perplejos, con más preguntas que respuestas.
 Más allá de nuestra opinión personal es importante tener en cuenta, una opinión técnica, que si bien por motivos de tiempo no puede ser más precisa, al menos pude rescatar datos que podrían llegar a explicar el fenómeno. Las cámaras digitales funcionan con potentes sensores. Sin embargo solamente las cámaras profesionales y muy costosas traen incorporados lo que llaman Reductor de Polvo. La cámara de hecho podría captar partículas que a simple vista no se aprecian.
 El “ruido” y los “granos” en la fotografía analógica y digital, son otros defectos al parecer endémicos. El “ruido” es una variación del brillo o el color, manifestada a través de una infinidad de puntitos que a modo de lluvia arruinan una imagen perfecta. Se llama “granos” a la textura que en menor o mayor medida aparecen en los materiales fotográficos. Los granos son característicos de la fotografía análoga, es decir, de nuestras antiguas cámaras de foto, en las que luego de tomar las fotografías debíamos revelarlas a través de un proceso químico y así obtener el resultado final. No sucede lo mismo con las cámaras digitales donde no existe el mismo proceso y el grano es visto como algo antiestético. La aparición del grano está íntimamente ligada a la sensibilidad ISO de la película. Por motivos químicos, cuanto más sensible sea la emulsión (valoración ISO más alta), más grano aparecerá en el revelado final. Aunque todos los componentes de la cámara y el objetivo actúan exactamente del mismo modo, la parte más importante, la película fotosensible, queda reemplazada por un sensor electrónico que registra la fotografía. Al igual que en la emulsión fotosensible, el sensor electrónico (llamado técnicamente CCD o CMOS), consta de millones de pequeñas partículas fotosensibles, que serían teóricamente las equivalentes a las partículas de haluros de plata en la emulsión química. Estas partículas electrónicas fotosensibles cambian también su estado en dependencia de la luz que reciben, y todo ello, después de pasar por complejos procesos electrónicos que lleva a cabo la misma cámara, conforma la fotografía final.
En definitiva como pude saber, los detalles técnicos son importantes y de cierta forma muy complejos. No cabe duda de que las fotografías tomadas por Caren y Gimena Enrique, son a simple vista llamativas, por el extraño fenómeno que en ellas aparece. Les quiero agradecer por su brillante aporte al blog y rescatar además de su colaboración, su desinterés por lo que puedan generar las imágenes, quedando en evidencia su sincero aporte.  
Espero que todos se sumen con aportes y comentarios. Tal vez aquellos que tengan mayores conocimientos en el tratamiento de imágenes puedan obtener mejores resultados. Teniendo la esperanza de que en los próximos días estemos estudiando mejor el tema desde San Gregorio, les saludo y no dejen de ver más allá. ¿Qué más nos reserva este Tacuaoculto?

 MÁS ABAJO ADJUNTO LAS IMÁGENES ORIGINALES.  NECESITAN WINRAR PARA DESCOMPRIMIR

 



tacuaoculto@hotmail.com.ar


































domingo, 19 de junio de 2011

UNA EXPERIENCIA PERSONAL


Seguramente los lectores o futuros lectores de este blog, comparten conmigo el interés por lo paranormal, por lo metafísico; en fin, por aquello que escapa a la lógica o a nuestra simple comprensión de las cosas. Pues, seguramente éste lector, ha escuchado hablar alguna vez o incluso experimentado, con el renombrado, “Juego de la Copa”. Pues he aquí uno de los curiosos, arriesgados y atrevidos “jugadores” que cruzó la raya y que dada su experiencia puede decir, desde lo personal, que no le parece un “juego” y es más, se atreve a decirles: no lo practiquen, a no ser que la curiosidad supere las barreras de su voluntad.

Cuando cursé el Bachillerato, entre los años 1995 y 1997, forme parte de grupos muy unidos. Era común planificar reuniones, donde disfrutábamos haciendo un asado con los compañeros de clase; chicos y chicas. Por lo general, lo hacíamos en casa de mis padres, quienes, cabe aclarar, siempre se portaron divinamente, porque si bien nos “echaban el ojo”, siempre pudimos disfrutar de nuestras reuniones, de las cuales no recuerdo maldad alguna.

Fue cuando cursaba quinto año precisamente, que un buen compañero, invitó al grupo a pasar un fin de semana en el campo de sus padres (por reserva no publicaré el nombre de mis compañeros). Recuerdo, que averiguaciones mediantes, mis padres me permitieron ir; junté entonces algunas cosas en una mochila y nos encontramos temprano en la mañana para ponernos en marcha.

Siempre me gustó el aire del campo, la llegada de la nochecita, el resplandor de un fogón, los pensamientos que arrancan sus brazas e incluso el calor de una cocina a leña. Eso me despertaba aquel lugar, como muchos otros de nuestra campaña. Entrada la noche se puso un asado al fuego; habíamos “acampado” en una granja pequeña que no distaba mucho de la casa. Superábamos la media docena, era una noche tranquila, hermosa, y como suele suceder, en el fogón, todos metían mano. No muy lejos de la granja había un pequeño panteón, que más tarde fue parte de un plan para asustar a los merodeadores del asado, aunque lamentablemente se vio frustrado; no logramos asustar a nadie.


Avanzaba la noche cuando con nuestro anfitrión hicimos un pequeño recorrido por los alrededores de la casona, realmente debo decir que era un lugar hermoso. Recuerdo que estaba rodeada por muchas plantas, árboles y una cerca de madera, más allá el campo se extendía majestuoso; había también un gran galpón justo al lado de la casa. De vuelta en la granja, no tardo mucho para que de a poco se fueran dando lugar las historias y leyendas que cada uno contó a su manera, choripán de por medio y algún pedacito de asado también. Fue entonces cuando surgieron las historias del juego de la copa y cuando de boca de mis compañeros me enteré de las reglas de juego. Cabe aclarar, que no fue esa la primera vez que escuché del juego pero sí fue la primera vez que me puse al corriente de los detalles concernientes a su mecánica. Con incontables sitios adecuados aquella noche, decidimos llevarlo a la práctica y un grupo de al menos siete, nos adentramos en la casa. Vagamente me viene a la memoria sus pasillos angostos, una serie de puertas, en su mayoría cerradas y la cocina; pero lo que sí recuerdo claramente son dos detalles de la habitación donde jugamos: su piso de baldosas pequeñas, cuadradas y multicolores y la puerta de entrada conformada por dos hojas, que contaban con una serie de vidrios dispuestos verticalmente. La habitación era oscura y no puedo recordar el mobiliario; me embargaba la emoción, y algo más; ¿miedo?. Sentados nos dispusimos en un amplio círculo, lo suficientemente cerca como para que cada uno pudiera tocar el centro de la copa. Ésta se colocó boca abajo, con el pie hacia arriba. A su alrededor, se dispusieron pequeños papeles con las letras del abecedario más los números del 0 al 9 y por último las palabras SI y NO, todo dispuesto en un amplio y único círculo cuyo centro era la copa. Confieso que sentía cierto reparo, pero estaba emocionado, siempre me gustaron este tipo de cosas, tampoco puedo asegurar qué “palabras mágicas” usamos o como comenzó todo, solo recuerdo algunos episodios con claridad. De pronto la copa comenzó a moverse lentamente. Mi bautismo había comenzado. Al deslizarse trabajosamente sobre el piso, producía un sonido chirriante, era entonces cuando enmudecía la habitación y las insinuaciones de alguna sonrisa se desdibujaban. No recuerdo alguien que se haya burlado, algunos se acusaban de mover la copa, pero lo cierto es que nuestros dedos índice apenas si llegaban a tocar el cristal. Pronto se hizo el silencio. Cuando la copa alcanzaba la unión entre baldosas, las pequeñas imperfecciones, hacían que ésta se debiera “esforzar” para poder salvar lo que para el fino cristal era un verdadero obstáculo. Recuerdo vívidamente como nuestros dedos índice, que convergían en el centro, acompañaban el movimiento de la copa, cuando se inclinaba levemente hacia delante, levantaba su parte trasera y pasaba a la siguiente baldosa; siempre moviéndose lentamente y acompañada por el sonido que producía el borde del cristal contra el piso, fue entonces cuando comenzaron a desaparecer los comentarios, las tímidas sonrisas; donde nos dimos cuenta que tal vez nadie estaba forzando la copa, ya que nuestros dedos índices no podían aplicar la fuerza suficiente, desde posiciones tan incómodas, para que se deslizará suavemente de una baldosa a otra, sin correr el riesgo de derribarla.. Habían pasado unos minutos, cuando uno de mis compañeros tomó la decisión de “llamar” a otro espíritu y fue entonces cuando cometimos una de esas tonterías de adolescente. Una de las chicas (que recuerdo muy bien) propuso llamar a su padre; por supuesto, fallecido. Tratamos de disuadirla pero no tuvimos éxito. Volviendo entonces al inicio, se solicitó la presencia del espíritu y la copa comenzó nuevamente su lento movimiento. Las preguntas eran ahora mentales, a iniciativa de uno de los participantes. A mi turno (hasta el momento no había participado directamente) recuerdo claramente haber preguntado, ¿existe otro mundo después de este?; tal fue mi pregunta, sin importar su ambigüedad o si fue bien formulada. Para entonces la sesión se había vuelto tensa, solo se decía lo justo y necesario. La respuesta fue: sí. Cuando le tocó el turno a la chica cuyo padre supuestamente movía la copa, me embargó una sensación extraña, de emoción, expectación; algo imposible de definir. Esperamos. Las preguntas eran mentales como se había acordado. Unos segundos y la copa se movió nuevamente. Con cada pregunta el corazón se ralentiza, se puede escuchar la respiración propia, se produce un silencio y los ojos recorren el camino de la copa. Llego la respuesta y no recuerdo si llegue siquiera a leerla, ¿fue un SI?, ¿un NO?, ¿algo más?, no sé si alguno de nosotros lo recuerda, pero seguramente nadie olvida que nuestra compañera se levantó repentinamente y salió corriendo de la habitación, incluso creí escuchar alguna frase y tal vez el inicio de un llanto. Enmudecimos, si más silencio cabía en aquel cuarto. Dos o tres chicas más también se levantaron, saliendo detrás de nuestra compañera. Nos quedamos algunos pocos, pero nadie dijo palabra. Después de lo sucedido muchos eran los que querían terminar con aquello, levantarse e irse, pero alguien dijo que no podíamos levantarnos sin antes preguntar al espíritu si quería retirarse. Les confieso que fue eterno, no lo recuerdo en detalle, solo sé que terminado el “juego” abandonamos la habitación, rápido, sin mediar demasiados comentarios. El recuerdo de aquella noche quedó guardado en cada uno, a su manera, tal vez, algunos lo han olvidado, pero yo recuerdo los detalles que la experiencia me dejó impresa, experiencia que se repetiría algunas veces más, pero habría una especialmente escalofriante, donde yo, sería el protagonista.

Pasó el tiempo y otras noches de asado con viejos y nuevos compañeros. En casa de mis padres la copa bailo dos veces más. Reunidos en una mesa larga de madera tentábamos lo desconocido, desoyendo a mi madre que no quería nada de esos “juegos” en casa. Siempre hay nuevos curiosos que encuentran compañeros de andanzas. Olvide lo sucedido, me atraía el tentar a otros a jugar, ver el collage de caras, algunas sonrientes, otras más serias, es una mezcla se asombro y seguramente miedo. Recuerden que el preámbulo a cada “sesión”, es advertir a los nuevos e incluso viejos jugadores, de las consecuencias que puede traer el burlarse de aquel espíritu que sea convocado y esto le confiere el carácter místico a la sesión. Historias de materializaciones (cuando el espíritu se presenta), manifestaciones a través de golpes o sonidos perturbadores, copas que enloquecen y que girando descontroladamente terminan estrellándose, e incluso lo peor, la incorporación del espíritu en un jugador, que se ha dicho: a veces, no abandona al huésped. Historias conocidas por la mayoría de los que hemos sido jugadores o de todos los que se interesan por el tema.

En el año 1999, volví a actuar como promotor del juego, ésta vez con varios antecedentes que me avalaban como guía experimentado. Cursaba magisterio y con un grupo de compañeros decidimos tentar a la copa con el fin de “preguntarle” los temas de los parciales e incluso las preguntas específicas de cada prueba. Sí, es increíblemente tonto lo que uno puede llegar a hacer. Sin emitir más juicios obvios, aclaro que fundamente mi invitación, diciendo que creía que la copa podía darnos ésta información, “porque la copa te contesta todo”. La curiosidad y las pocas ganas de estudiar sello nuestra reunión para un día a la tarde. Formábamos un grupo de al menos siete. Les esperaba yo con lo necesario: la copa, los números, las letras, la vela y los terminantes SI y NO. Teníamos un lugar perfecto para nuestro propósito. Mi abuelo era, en aquel entonces, el dueño de una pequeña casa, que linda hasta hoy con la de mis padres y que perteneció a mi abuela paterna, luego a mis tíos paternos, mi abuelo materno y finalmente, hoy, a mis tíos maternos. Soy sincero al decir que jamás me gustó la casa, no por cómo es, sino porque siempre sentí una atmósfera opresora al entrar en ella, estuviera habitada o deshabitada. No tuvo moradores durante mucho tiempo y nos encargábamos, con mi madre, de cerrarla cada noche. Posee un frente pequeño, con un cuadrado de pasto de iguales características, al cual se accede sorteando un portón que llega a las rodillas. La puerta de acceso es de hoja doble, con dos filas de vidrios que la recorren en casi toda su longitud. Al ingreso, posee una pieza grande que culmina en un espacio pequeño y estrecho, antesala de la cocina. Se accede a ésta a través de una abertura sin puerta y bajando un escalón. Es pequeña, tiene una ventana diminuta y una mesada adherida a la pared, sobre la derecha. Por la cocina también se accede al baño, una pieza grande, por lo general muy oscura y cuya puerta enfrenta a su vez a la del patio. Éste último, aunque angosto, es bastante extenso y termina en un cañaveral. Toda la casa es sencilla en su diseño, y su interior, exceptuando la cocina y el baño, ésta pintado de un celeste claro, casi blanco. El grupo estaba entusiasmado. Existían expectativas y la esperanza de que los espíritus, que todo lo conocen, nos contarán, en una sesión que anticipábamos extensa, las preguntas de las importantes pruebas. Habiendo tomado la llave, sin que mi madre se diera cuenta, nos adentramos en la casa cuidando de cerrar la puerta del frente. No existían cortinas gruesas, solo finas cortinas de voile blanco, por lo que se podía incluso adivinar desde el exterior si alguien merodeaba en la casa. Nos sentamos sobre el piso de portland de la cocina y dispusimos a continuación los números y las letras. Prendimos una vela; la casa estaba en penumbras y el fuego de la llama se dibujó a nuestro alrededor. Cómo “guía”, cuál si fuera un experimentado espiritista, le aporte a la atmósfera un tinte de misterio, dejando en claro las importantes reglas. Nos pusimos de acuerdo en cómo empezar y recuerdo que fui el encargado de llamar a un espíritu, no se trataba de nadie en particular, ni tampoco recuerdo haber pronunciado palabras especiales, solo sé que esto, funciona; lo extraño, es que esa vez, no lo hizo. Frustrados abandonamos el juego y cada uno se puso en campaña de estudiar; lo que teníamos que haber hecho desde un principio.

Ese mismo verano, luego de terminar las clases y como cada noche, disfrutaba de estar en el frente de casa, charlando con nuestras vecinas y mi hermana Angela. Les había comentado otras veces sobre el juego de la copa y las experiencias que comenté más arriba. Esa noche, María (una de mis vecinas) me manifestó que deseaba jugar. Me negué, porque conocía muy bien a María como para saber de sentado que se tomaba todo en broma y que dadas las conocidas reglas del juego, la cosa podía terminar mal. Además se sumaba otro detalle, no menor, éramos dos. Es que el grupo es un factor importante para infundir valor. De todas formas y ante la insistencia de María y sus promesas de seriedad y valentía nos pusimos en marcha. Acordamos que el mejor lugar para llevar a cabo el juego era la casa de mi abuelo, la que mencioné antes. Ya que continuaba inhabitada, seguía en las mismas condiciones. Estando todavía sentados en el muro de casa le recordé a María (muy serio) las reglas del juego, por supuesto que mí simpática vecina terminaba a las risas antes de esforzarse por ponerse seria. Pero no todo era risas, sus gestos se hacían más adustos por momentos, cuando comprobaba que yo no me estaba riendo y a medida que ultimábamoslos detalles para la sesión. Caminos hacia la casa, antes de entrar, le pregunté: si había cambiado de opinión, si tenía miedo, si entendía la importancia de las reglas. Quiso seguir adelante. Entramos.

La casa nos recibió con la misma atmósfera opresora de siempre; fría, a pesar del calor del exterior; oscura, porque la luz estaba cortada desde que estaba inhabitada. Las mismas condiciones que la última vez, pero a la noche. La única luz existente, se filtraba a través de la ventana de la pieza que da al frente o provenía de la lejana luz de los
 focos callejeros, que se filtraba a través de los cristales de la puerta y que bañaba las primeras baldosas de la casa, atenuada además, por la cortina de voile blanco. La oscuridad en la cocina era absoluta. Mi vecina venía detrás, tuve que animarla varias veces para que me acompañara. Dispuse los materiales sobre la mesa de la cocina (no me animaba siquiera a sentarme en el suelo). Prendí la vela, coloqué la misma copa que habíamos usado con mis compañeros, dispuse las letras; no faltó nada, sin embargo, mi compañera de juego no quiso bajar el escalón, me dijo que podía jugar desde arriba. Le recordé que juntos, debíamos poner el dedo índice sobre el pie de la copa, más la negativa fue rotunda. Entonces accedí, sin más remedio, a que estirará el brazo lo más que pudiera. Tocando apenas la copa y con todo listo, pronuncié por última vez las palabras que llamaban a un espíritu.

Se hizo un silencio profundo, ninguno de los dos emitió palabra. La copa, no se movía. Esperamos unos segundos. Mi compañera comenzó a manifestar cierto temor y entonces comenzó a reírse. Creo sinceramente, que se debió más a los nervios que la situación le generó a que estuviera burlándose del juego. Después de unos segundos la copa aún no se movía. Volvía a repetirse lo de tiempo atrás. Nuevamente intenté comunicarnos con algún espíritu, pero tampoco surtió efecto. Fue demasiado; María retiró el dedo índice del pie de la copa y me dijo que tenía miedo. Era una mezcla de risas y ademanes. Entonces, comenzó a retirarse. La llamé, insistí en que no me dejará solo, pero fue en vano. La vi marcharse, salió rápido y sin mirar atrás, dijo que le había dado miedo. Cerró la puerta, ni siquiera se quedó parada en el umbral. Sentí el portón cerrarse cuando se marchó. En ese momento, la copa se movió.

Como mencioné antes, jamás he sido testigo de un evento paranormal o de otra clase, pero les puedo asegurar que esto es verdad y fue aterrador. La copa se había movido solo unos centímetros. Recuerdo vívidamente que aún estaba mirando hacia la puerta, esperando que María volviera, cuando sentí mi dedo moviéndose con la copa y el sonido que produjo el cristal arrastrándose sobre la mesa. Si pudiera ilustrarles de alguna forma ese sonido lo haría, porque lo recordaré de por vida. Cuando mis sentidos me alertaron que la copa se trasladaba, mi mirada se posó inmediatamente sobre la mesa, a tiempo para ver cómo se movía. La mesa no tenía una superficie completamente lisa, era de portland (aún lo sigue siendo) y la copa se movía con dificultad. En ese momento sentí algo que nunca había sentido antes y vuelto a sentir después; miedo. Tal vez fue más que eso, se puede describir como terror. La primera sensación que tuve cuando mire la copa fue un escalofrío que me recorrió por la espalda y trepó hasta mi cabeza. Fue inmediato y sentía que la habitación se hacía cien veces más oscura. A pesar de estar a metros de mi casa, tenía la sensación de estar muy lejos de cualquier persona, me sentía aislado. Es como si aquella atmósfera opresora que conocía tan bien se hubiera cerrado sobre mí. Después de ese primer momento, que para mí duró una eternidad, retomé conciencia de que me hallaba en una casa tétrica, solo, a oscuras y con quien sabe con qué o con quién. Les confieso, no sabía lo que hacer, dibujé la casa a mis espaldas, el inmenso baño detrás mío, las bocas oscuras de las puertas, la cocina donde me hallaba, entonces, por un segundo, retire la mirada de la copa, vi la puerta y la luz de la calle, volví a mirarla nuevamente y recordé la regla: “no levantes la copa”, “que no se quiebre”, pero no importó. El miedo, la situación, el compromiso con “eso” más allá, que no podía ver, pudo más que mi valor. Levanté la copa, cerré los ojos, tomé aire y aspire lo más fuerte que pude. Lo repetí dos veces más y tal vez les parecerá tonto lo que les cuento, pero no es fácil estar en una situación así, cuando se cree en lo que se está haciendo. Temía que lo que estuviera allí se metiera dentro de mí. Con la copa en una mano disperse los papeles sobre la mesa. En ningún momento se me ocurrió juntarlos uno por uno, solamente los tire, tome la vela y aspire fuerte para apagarla. Solo quería salir de allí. La oscuridad era absoluta. No mire atrás, sabía que no debía, solo me marché, lo más rápido que pude. Cuando me marchaba tuve la escalofriante sensación de que algo me miraba desde las profundidades de aquella oscuridad, sé que solo era mi imaginación (tal vez). Una vez que crucé el haz de luz de la ventana, me pareció que no alcanzaba más la puerta. Salí afuera, dejé la copa y la vela en el suelo y comencé a cerrarla. Pase llave lo más rápido que pude. Para empeorar las cosas, la puerta siempre fue difícil de cerrar, porque las hojas se abrían si no quedaban bien aseguradas y para ello se debía bajar una traba adherida a la parte inferior de una de ellas. En ningún momento de ese proceso levanté la cabeza, solo miraba la llave como si no existiera nada más. Creía que si levantaba la mirada iba a ver algo, más allá, en la oscuridad, que me iba a aterrar, que podía enloquecerme. Fue un alivio extraordinario cruzar el portón, sentirme del otro lado, con la calle a dos metros, ver mi casa tan cerca; me sentía a salvo. Cerré el portón y entonces me atreví a levantar la mirada. ¿Qué esperaba ver?, ¿un espíritu materializado acechando desde un velo oscuro?. No vi nada, solo sentí un último escalofrío y me fui.


Cuando llegue a casa lavé la copa, la puse en su lugar y tiré la vela. No puedo dar más detalles porque no los recuerdo, solo sé que no pasé bien la noche, pensaba en la copa que estaba en casa, la misma que se había sido movida un rato antes por un espíritu; un espíritu que solo quería comunicarse conmigo.

A María la vi al otro día y le conté lo que me había sucedido. Nunca supe si realmente lo creyó. Ella, su hermana y el resto de la familia se mudaron hace muchos años ya. Por un tiempo las vi esporádicamente y ahora tengo el gusto de encontrarla frecuentemente, ya que trabaja en el hipermercado de TATA, desbordando simpatía como siempre. Fue allí donde le comenté del blog y que estaba escribiendo lo que nos sucedió aquella noche. Al principio se mostró sorprendida, me dijo que no recordaba los detalles, rió cuando le recalqué que me había dejado solo y hemos quedado de encontrarnos para que pueda leer lo que he escrito; la verdad. A María del Carmen Perez da Rosa muchas gracias por tu simpatía y cariño, sabes que la familia te aprecia y espero que hayas aprendido al igual que yo, que hay cosas que hay que respetar y en las que hay que creer.


Después de aquella noche nunca más jugué a la copa, cada vez que cuento mi historia o en las diferentes oportunidades en que mis alumnos me han hablado del tema, también la escuchan. Se las cuento con el fin de que abandonen la idea y creo que lo he logrado. Desde aquel entonces me hago muchas veces la misma pregunta; ¿por qué la copa nunca se movió en presencia de mis compañeros y solo lo hizo cuando yo estaba solo?. En definitiva, ésa última experiencia con la copa, me probó que no estamos solos, cuando comienza a bailar delante de nuestros ojos, que algo comparte con nosotros el espacio y que seguramente no pertenece a este mundo. Por ello creo, que No es un juego.