Seguramente los lectores o futuros lectores de este blog, comparten conmigo el interés por lo paranormal, por lo metafísico; en fin, por aquello que escapa a la lógica o a nuestra simple comprensión de las cosas. Pues, seguramente éste lector, ha escuchado hablar alguna vez o incluso experimentado, con el renombrado, “Juego de la Copa”. Pues he aquí uno de los curiosos, arriesgados y atrevidos “jugadores” que cruzó la raya y que dada su experiencia puede decir, desde lo personal, que no le parece un “juego” y es más, se atreve a decirles: no lo practiquen, a no ser que la curiosidad supere las barreras de su voluntad.
Cuando cursé el Bachillerato, entre los años 1995 y 1997, forme parte de grupos muy unidos. Era común planificar reuniones, donde disfrutábamos haciendo un asado con los compañeros de clase; chicos y chicas. Por lo general, lo hacíamos en casa de mis padres, quienes, cabe aclarar, siempre se portaron divinamente, porque si bien nos “echaban el ojo”, siempre pudimos disfrutar de nuestras reuniones, de las cuales no recuerdo maldad alguna.
Fue cuando cursaba quinto año precisamente, que un buen compañero, invitó al grupo a pasar un fin de semana en el campo de sus padres (por reserva no publicaré el nombre de mis compañeros). Recuerdo, que averiguaciones mediantes, mis padres me permitieron ir; junté entonces algunas cosas en una mochila y nos encontramos temprano en la mañana para ponernos en marcha.
Siempre me gustó el aire del campo, la llegada de la nochecita, el resplandor de un fogón, los pensamientos que arrancan sus brazas e incluso el calor de una cocina a leña. Eso me despertaba aquel lugar, como muchos otros de nuestra campaña. Entrada la noche se puso un asado al fuego; habíamos “acampado” en una granja pequeña que no distaba mucho de la casa. Superábamos la media docena, era una noche tranquila, hermosa, y como suele suceder, en el fogón, todos metían mano. No muy lejos de la granja había un pequeño panteón, que más tarde fue parte de un plan para asustar a los merodeadores del asado, aunque lamentablemente se vio frustrado; no logramos asustar a nadie.
Pasó el tiempo y otras noches de asado con viejos y nuevos compañeros. En casa de mis padres la copa bailo dos veces más. Reunidos en una mesa larga de madera tentábamos lo desconocido, desoyendo a mi madre que no quería nada de esos “juegos” en casa. Siempre hay nuevos curiosos que encuentran compañeros de andanzas. Olvide lo sucedido, me atraía el tentar a otros a jugar, ver el collage de caras, algunas sonrientes, otras más serias, es una mezcla se asombro y seguramente miedo. Recuerden que el preámbulo a cada “sesión”, es advertir a los nuevos e incluso viejos jugadores, de las consecuencias que puede traer el burlarse de aquel espíritu que sea convocado y esto le confiere el carácter místico a la sesión. Historias de materializaciones (cuando el espíritu se presenta), manifestaciones a través de golpes o sonidos perturbadores, copas que enloquecen y que girando descontroladamente terminan estrellándose, e incluso lo peor, la incorporación del espíritu en un jugador, que se ha dicho: a veces, no abandona al huésped. Historias conocidas por la mayoría de los que hemos sido jugadores o de todos los que se interesan por el tema.
En el año 1999, volví a actuar como promotor del juego, ésta vez con varios antecedentes que me avalaban como guía experimentado. Cursaba magisterio y con un grupo de compañeros decidimos tentar a la copa con el fin de “preguntarle” los temas de los parciales e incluso las preguntas específicas de cada prueba. Sí, es increíblemente tonto lo que uno puede llegar a hacer. Sin emitir más juicios obvios, aclaro que fundamente mi invitación, diciendo que creía que la copa podía darnos ésta información, “porque la copa te contesta todo”. La curiosidad y las pocas ganas de estudiar sello nuestra reunión para un día a la tarde. Formábamos un grupo de al menos siete. Les esperaba yo con lo necesario: la copa, los números, las letras, la vela y los terminantes SI y NO. Teníamos un lugar perfecto para nuestro propósito. Mi abuelo era, en aquel entonces, el dueño de una pequeña casa, que linda hasta hoy con la de mis padres y que perteneció a mi abuela paterna, luego a mis tíos paternos, mi abuelo materno y finalmente, hoy, a mis tíos maternos. Soy sincero al decir que jamás me gustó la casa, no por cómo es, sino porque siempre sentí una atmósfera opresora al entrar en ella, estuviera habitada o deshabitada. No tuvo moradores durante mucho tiempo y nos encargábamos, con mi madre, de cerrarla cada noche. Posee un frente pequeño, con un cuadrado de pasto de iguales características, al cual se accede sorteando un portón que llega a las rodillas. La puerta de acceso es de hoja doble, con dos filas de vidrios que la recorren en casi toda su longitud. Al ingreso, posee una pieza grande que culmina en un espacio pequeño y estrecho, antesala de la cocina. Se accede a ésta a través de una abertura sin puerta y bajando un escalón. Es pequeña, tiene una ventana diminuta y una mesada adherida a la pared, sobre la derecha. Por la cocina también se accede al baño, una pieza grande, por lo general muy oscura y cuya puerta enfrenta a su vez a la del patio. Éste último, aunque angosto, es bastante extenso y termina en un cañaveral. Toda la casa es sencilla en su diseño, y su interior, exceptuando la cocina y el baño, ésta pintado de un celeste claro, casi blanco. El grupo estaba entusiasmado. Existían expectativas y la esperanza de que los espíritus, que todo lo conocen, nos contarán, en una sesión que anticipábamos extensa, las preguntas de las importantes pruebas. Habiendo tomado la llave, sin que mi madre se diera cuenta, nos adentramos en la casa cuidando de cerrar la puerta del frente. No existían cortinas gruesas, solo finas cortinas de voile blanco, por lo que se podía incluso adivinar desde el exterior si alguien merodeaba en la casa. Nos sentamos sobre el piso de portland de la cocina y dispusimos a continuación los números y las letras. Prendimos una vela; la casa estaba en penumbras y el fuego de la llama se dibujó a nuestro alrededor. Cómo “guía”, cuál si fuera un experimentado espiritista, le aporte a la atmósfera un tinte de misterio, dejando en claro las importantes reglas. Nos pusimos de acuerdo en cómo empezar y recuerdo que fui el encargado de llamar a un espíritu, no se trataba de nadie en particular, ni tampoco recuerdo haber pronunciado palabras especiales, solo sé que esto, funciona; lo extraño, es que esa vez, no lo hizo. Frustrados abandonamos el juego y cada uno se puso en campaña de estudiar; lo que teníamos que haber hecho desde un principio.
Ese mismo verano, luego de terminar las clases y como cada noche, disfrutaba de estar en el frente de casa, charlando con nuestras vecinas y mi hermana Angela. Les había comentado otras veces sobre el juego de la copa y las experiencias que comenté más arriba. Esa noche, María (una de mis vecinas) me manifestó que deseaba jugar. Me negué, porque conocía muy bien a María como para saber de sentado que se tomaba todo en broma y que dadas las conocidas reglas del juego, la cosa podía terminar mal. Además se sumaba otro detalle, no menor, éramos dos. Es que el grupo es un factor importante para infundir valor. De todas formas y ante la insistencia de María y sus promesas de seriedad y valentía nos pusimos en marcha. Acordamos que el mejor lugar para llevar a cabo el juego era la casa de mi abuelo, la que mencioné antes. Ya que continuaba inhabitada, seguía en las mismas condiciones. Estando todavía sentados en el muro de casa le recordé a María (muy serio) las reglas del juego, por supuesto que mí simpática vecina terminaba a las risas antes de esforzarse por ponerse seria. Pero no todo era risas, sus gestos se hacían más adustos por momentos, cuando comprobaba que yo no me estaba riendo y a medida que ultimábamoslos detalles para la sesión. Caminos hacia la casa, antes de entrar, le pregunté: si había cambiado de opinión, si tenía miedo, si entendía la importancia de las reglas. Quiso seguir adelante. Entramos.
La casa nos recibió con la misma atmósfera opresora de siempre; fría, a pesar del calor del exterior; oscura, porque la luz estaba cortada desde que estaba inhabitada. Las mismas condiciones que la última vez, pero a la noche. La única luz existente, se filtraba a través de la ventana de la pieza que da al frente o provenía de la lejana luz de los
focos callejeros, que se filtraba a través de los cristales de la puerta y que bañaba las primeras baldosas de la casa, atenuada además, por la cortina de voile blanco. La oscuridad en la cocina era absoluta. Mi vecina venía detrás, tuve que animarla varias veces para que me acompañara. Dispuse los materiales sobre la mesa de la cocina (no me animaba siquiera a sentarme en el suelo). Prendí la vela, coloqué la misma copa que habíamos usado con mis compañeros, dispuse las letras; no faltó nada, sin embargo, mi compañera de juego no quiso bajar el escalón, me dijo que podía jugar desde arriba. Le recordé que juntos, debíamos poner el dedo índice sobre el pie de la copa, más la negativa fue rotunda. Entonces accedí, sin más remedio, a que estirará el brazo lo más que pudiera. Tocando apenas la copa y con todo listo, pronuncié por última vez las palabras que llamaban a un espíritu.
Se hizo un silencio profundo, ninguno de los dos emitió palabra. La copa, no se movía. Esperamos unos segundos. Mi compañera comenzó a manifestar cierto temor y entonces comenzó a reírse. C
reo sinceramente, que se debió más a los nervios que la situación le generó a que estuviera burlándose del juego. Después de unos segundos la copa aún no se movía. Volvía a repetirse lo de tiempo atrás. Nuevamente intenté comunicarnos con algún espíritu, pero tampoco surtió efecto. Fue demasiado; María retiró el dedo índice del pie de la copa y me dijo que tenía miedo. Era una mezcla de risas y ademanes. Entonces, comenzó a retirarse. La llamé, insistí en que no me dejará solo, pero fue en vano. La vi marcharse, salió rápido y sin mirar atrás, dijo que le había dado miedo. Cerró la puerta, ni siquiera se quedó parada en el umbral. Sentí el portón cerrarse cuando se marchó. En ese momento, la copa se movió.
Como mencioné antes, jamás he sido testigo de un evento paranormal o de otra clase, pero les puedo asegurar que esto es verdad y fue aterrador. La copa se había movido solo unos centímetros. Recuerdo vívidamente que aún estaba mirando hacia la puerta, esperando que María volviera, cuando sentí mi dedo moviéndose con la copa y el sonido que produjo el cristal arrastrándose sobre la mesa. Si pudiera ilustrarles de alguna forma ese sonido lo haría, porque lo recordaré de por vida. Cuando mis sentidos me alertaron que la copa se trasladaba, mi mirada se posó inmediatamente sobre la mesa, a tiempo para ver cómo se movía. La mesa no tenía una superficie completamente lisa, era de portland (aún lo sigue siendo) y la copa se movía con dificultad. En ese momento sentí algo que nunca había sentido antes y vuelto a sentir después; miedo. Tal vez fue más que eso, se puede describir como terror. La primera sensación que tuve cuando mire la copa fue un escalofrío que me recorrió por la espalda y trepó hasta mi cabeza. Fue inmediato y sentía que la habitación se hacía cien veces más oscura. A pesar de estar a metros de mi casa, tenía la sensación de estar muy lejos de cualquier persona, me sentía aislado. Es como si aquella atmósfera opresora que conocía tan bien se hubiera cerrado sobre mí. Después de ese primer momento, que para mí duró una eternidad, retomé conciencia de que me hallaba en una casa tétrica, solo, a oscuras y con quien sabe con qué o con quién. Les confieso, no sabía lo que hacer, dibujé la casa a mis espaldas, el inmenso baño detrás mío, las bocas oscuras de las puertas, la cocina donde me hallaba, entonces, por un segundo, retire la mirada de la copa, vi la puerta y la luz de la calle, volví a mirarla nuevamente y recordé la regla: “no levantes la copa”, “que no se quiebre”, pero no importó. El miedo, la situación, el compromiso con “eso” más allá, que no podía ver, pudo más que mi valor. Levanté la copa, cerré los ojos, tomé aire y aspire lo más fuerte que pude. Lo repetí dos veces más y tal vez les parecerá tonto lo que les cuento, pero no es fácil estar en una situación así, cuando se cree en lo que se está haciendo. Temía que lo que estuviera allí se metiera dentro de mí. Con la copa en una mano disperse los papeles sobre la mesa. En ningún momento se me ocurrió juntarlos uno por uno, solamente los tire, tome la vela y aspire fuerte para apagarla. Solo quería salir de allí. La oscuridad era absoluta. No mire atrás, sabía que no debía, solo me marché, lo más rápido que pude. Cuando me marchaba tuve la escalofriante sensación de que algo me miraba desde las profundidades de aquella oscuridad, sé que solo era mi imaginación (tal vez). Una vez que crucé el haz de luz de la ventana, me pareció que no alcanzaba más la puerta. Salí afuera, dejé la copa y la vela en el suelo y comencé a cerrarla. Pase llave lo más rápido que pude. Para empeorar las cosas, la puerta siempre fue difícil de cerrar, porque las hojas se abrían si no quedaban bien aseguradas y para ello se debía bajar una traba adherida a la parte inferior de una de ellas. En ningún momento de ese proceso levanté la cabeza, solo miraba la llave como si no existiera nada más. Creía que si levantaba la mirada iba a ver algo, más allá, en la oscuridad, que me iba a aterrar, que podía enloquecerme. Fue un alivio extraordinario cruzar el portón, sentirme del otro lado, con la calle a dos metros, ver mi casa tan cerca; me sentía a salvo. Cerré el portón y entonces me atreví a levantar la mirada. ¿Qué esperaba ver?, ¿un espíritu materializado acechando desde un velo oscuro?. No vi nada, solo sentí un último escalofrío y me fui.
Cuando llegue a casa lavé la copa, la puse en su lugar y tiré la vela. No puedo dar más detalles porque no los recuerdo, solo sé que no pasé bien la noche, pensaba en la copa que estaba en casa, la misma que se había sido movida un rato antes por un espíritu; un espíritu que solo quería comunicarse conmigo.
A María la vi al otro día y le conté lo que me había sucedido. Nunca supe si realmente lo creyó. Ella, su hermana y el resto de la familia se mudaron hace muchos años ya. Por un tiempo las vi esporádicamente y ahora tengo el gusto de encontrarla frecuentemente, ya que trabaja en el hipermercado de TATA, desbordando simpatía como siempre. Fue allí donde le comenté del blog y que estaba escribiendo lo que nos sucedió aquella noche. Al principio se mostró sorprendida, me dijo que no recordaba los detalles, rió cuando le recalqué que me había dejado solo y hemos quedado de encontrarnos para que pueda leer lo que he escrito; la verdad. A María del Carmen Perez da Rosa muchas gracias por tu simpatía y cariño, sabes que la familia te aprecia y espero que hayas aprendido al igual que yo, que hay cosas que hay que respetar y en las que hay que creer.
Después de aquella noche nunca más jugué a la copa, cada vez que cuento mi historia o en las diferentes oportunidades en que mis alumnos me han hablado del tema, también la escuchan. Se las cuento con el fin de que abandonen la idea y creo que lo he logrado. Desde aquel entonces me hago muchas veces la misma pregunta; ¿por qué la copa nunca se movió en presencia de mis compañeros y solo lo hizo cuando yo estaba solo?. En definitiva, ésa última experiencia con la copa, me probó que no estamos solos, cuando comienza a bailar delante de nuestros ojos, que algo comparte con nosotros el espacio y que seguramente no pertenece a este mundo. Por ello creo, que No es un juego.
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