Era una tarde hermosa en San Gregorio, algo fría, pero que desentonaba con las otras de este invierno, que ha sido cruel con los Uruguayos. Faltaban cinco minutos para las cuatro y mi entrevistado ya me estaba esperando. A medida que me acercaba a la plaza, lo buscaba con la vista. Varios transeúntes pasaban por la concurrida esquina, pero uno se destacaba: de campera celeste, pantalón marrón, buzo azul y una gorra, don Italo Sueiro, escrutaba, al igual que yo, la plaza donde habíamos quedado de encontrarnos. César Sueiro, su hijo de 16 años, había concertado la entrevista un tiempo atrás. Conocedor de mi pasión por las historias que aquí nos reúnen, César me comentó que su padre, ya muy anciano, había sido protagonista de varias de ellas. Decidido caminé al encuentro de aquel hombre bajito, algo encorvado, que me recibió con un gesto afable. A primera vista anticipé que iba a ser una tarde muy interesante; lástima que no había podido aprontar el mate.
Mientras nos presentábamos, invitaba a Italo a tomar asiento en un banco, ya que lo veía visiblemente agitado. Por un momento debo confesar que me asusté; César me había comentado de sus problemas cardíacos. “Pero don Italo no se hubiera molestado en venir tan rápido”, le dije, ya que había llegado diez minutos antes de lo pautado. Con las maneras de un hombre sencillo y educado (gestos que disfrute durante nuestra reunión), me dijo: “Cómo iba a hacer esperar al hombre”. Mientras recuperaba el aire y se excusaba una y otra vez, aprovechaba yo, para contemplar sus manos marcadas por una vida que lleva ya 78 años. Todo en Italo translucía las huellas de una generación, que lamentablemente pasó y que los jóvenes no saben aprovechar.
Después de agradecerle por su tiempo, intenté explicarle el porqué de la charla que quería tener con él. De la forma más rápida y sencilla que pude, le hablé sobre el blog y dejando de lado las “cosas técnicas del hoy”, le dije que estaba muy interesado por las historias que tenía para contar. “Mire que todo lo que tengo pa’ contarle, es verda, porque yo las viví y a mí me gusta que me hablen con la verdá”. Con estas palabras, empezó a narrar, espero serle tan fiel como sea posible. Le solicité permiso a Italo y comencé a grabar.
UNA FAMOSA ACOMPAÑANTE.
“Mi padre faltó en el 52, ahí yo era un muchachito joven y mi tío habló con mi madre y me llevó por… un tiempo hasta cuando yo quisiera estar… pa’ la Cuchilla del Aguará, ahí, al lado de Paso de Perez, arroyo Malo Arriba,
pa’ ca de Tambores y pa’ delante de Curtina. El tropeaba (el tío). A mí no me llamaba sobrino por culpa de los dos botijas; tanto él como la señora. Vos “primo” no salgas…no te voy a llevar en esta oportunidá, voy a ir solo y vos te quedas con la Lira…la mujer del (su tío). Y…hacé los mandado y si te animás tirá las vacas…la puntita de vaca. Tenía unos caballo que había dejado en el tal Quillaí ese.”
Después de haber vivido por un tiempo con sus tíos, Italo, aún muy joven, quedaba a cargo de las tareas del campo, tareas menores, pero que le transformaban de inmediato “en el hombre de la casa”, ya que su tío, Pedro Sueiro, se ganaba la vida tropeando ganado durante varias semanas e incluso meses. En esa oportunidad, su responsabilidad, era el ganado que su tío tenía en la zona que llaman Quillaí o Paso Quillaí. Pero “el Primo”, como le apodaban sus tíos, después de tres noches de firme vigilancia, decide darse una “escapadita” hasta Piedra Sola, un pueblito no muy lejos de Villa Tambores (48 kilómetros al sur-oeste de Tacuarembó, en el límite con Paysandú).
“Cuando me vengo, ya había pasao tre día sin ir a la casa de la tía y bueno tenía que ir a la casa…pa’ hacerle saber cómo estoy, cómo no estoy y cómo están ellos también. Agarré un caballo arisco, malo. Lo ensillé, le apreté las rienda y le di unas remolineadas, como decimo nosotro los criollo. Eran como las 10 o las 11 por ahí, la luna no taba clara pero no taba oscuro tampoco”.
En ese momento del relato don Italo se paró y continuó como si reviviera lo que le sucedió tantísimo tiempo atrás. Sin dudas captó mi atención. Escuché cómo describía el “paso” por donde debía cruzar con su caballo. Con sus manos moldeó y le dio forma al lugar donde el arroyo se volvía una sutil corriente. Un “pedregal” poblaba el fondo de aquella parte del arroyo y del otro lado se levantaba una barranca que debía “remontar”.
“Había oído hablar de esa mujer que saltaba al anca del caballo; no a todos, ni siempre, pero… yo no pensé…en eso…A mí nunca me había pasado y yo ya sabía que estaba allí y había pasado otras oportunidá. Nunca pensé que la sentiría, pero el caballo se hizo así” (en ese momento Italo, aún parado, casi parecía estar montado a su caballo, demostrándome cómo este se había inclinado levemente hacia atrás, como si efectivamente alguien se hubiera subido durante el trote)….”Yo tenía buen arma, buen revólver, buen cuchillo de plata. Hago así y veo la mujer esa en el anca del caballo…ella no me tocó pa’ nada, no me avisó nada, yo sentí el caballo que se sorprendió…y donde volteé la vista…vi el vestido. Ella venía en el anca del caballo, no en el recado, pero no le hice nada ni le dije nada. Tampoco me llamó mucho la atención, lo taloneé (al caballo) y allí adelante había una portera ma’ o meno’ a dos cuadras, dos cuadras y algo. Tenía esperanza que en la portera se iba a ir, era de abrir de arriba la portera. Cuando me agaché para agarrar la portera ya no la vi ma’…crié coraje y volié el caballo pa’ ver si todavía iba conmigo, sin embargo no”.
Italo había retomado su lugar en el banco. Aproveché este punto del relato para plantear una pausa, aclarar algunos puntos y profundamente intrigado le pregunté: ¿cómo era esa mujer?, ¿cómo iba vestida?, ¿cómo era su piel?. La memoria prodigiosa de Italo la recuerda vívidamente: sentada sobre el anca del caballo, llevaba manos y pies extendidos. Su piel era muy blanca y no llevaba guantes ni medias. Nunca pudo verle la cara, ya que como dijo varias veces, él nunca volteó, solo la vio de “reojo”. Pudo distinguir, sin embargo, un largo velo que caía sobre su vestido, el cual era “entero”, todo blanco.
¿Tuvo miedo? Le hice esta pregunta no solo por curiosidad, o porque estaba prácticamente obligado a formulársela, sino porque el solo hecho de escuchar la historia me producía un escalofrío, aún en la seguridad de la plaza y a plena tarde.
“No tuve miedo; ¿sabe por qué razón?; porque yo ya había oído por mis propios tíos, Pedro Sueiro y la Alira Pereira. Ya habían enfrentado eso y cuando…llegué a la casa, que llegué de noche, ella me conocía y me sentía, cuando yo me taba bajando del caballo, ella le dijo a los primitos míos: mirá ahí llegó el Primo…pero yo no li conté nada… ella fue la que me dijo…: “¿te corrió la mujer?”… Tuve en duda si decirle que sí o que no; le dije: mañana te cuento”.
Seguramente ésta escena transcurrió pasada la media noche. Después de la breve conversación, Italo se mostró reacio a comer, rechazando la invitación de su tía a pasar por la cocina donde había algo preparado. También rehusó dormir en un catre que solía armar dentro de la casa. “Yo voy a tender cama acá afuera”, le dijo a su tía Alira. Preocupada por la actitud de su sobrino, le recomienda una vez más tender su cama en la casa, porque afuera los mosquitos “no lo iban a dejar dormir”. “Yo lo que quería era despejarme”, me dice Italo durante su relato.
“Se jueron ellos a acostarse y yo me acosté en mi pelego. Al otro día me llamó ella temprano: levantáte que vamo a ir a la cocina a tomar mate. Tomamos unos mates…y le dije. “-¿Y que te hizo?” “-Nada” “-¿Y vos que hiciste…, le pegaste?” “-Todo lo contrario…yo jamás le dije una palabra” “-Lo bien que hiciste…, lo bien que hiciste en no meterte, porque los otro que se metieron quizá adonde están hoy, no existen, pero los cuento de ello quedaron. Inclusivamente uno era hermano de mi padrastro (hermano del padrastro de Alira Pereira, su tía); contó la historia pero desapareció”.
La tía de Italo no solo conocía a la mujer de blanco, sino que también parecía conocer las consecuencias de atreverse a enfrentarla. Además de mencionarle la extraña historia del hermano de su padrastro, que afirmaba desapareció sin dejar rastro, hizo también referencia a su propio hermano, quién después de “llevarle la mano” a la famosa mujer, habría quedado “loco”. Estremece el hecho de pensar lo que podría haber visto Italo, si su proceder en aquel momento hubiera sido otro. ¿Qué hubiera sucedido si “el Primo” llevaba la mano a su cuchillo de plata o su revolver? Le pregunté si en alguna oportunidad tuvo pesadillas con el episodio. Convencido me contestó: “no soñé con ella ni nada. Quizá que yo le hubiera hecho algo, como dice mi tía. Mi tío después preguntó varias veces, pero yo nunca le dije nada. Mi tía le contó”.
Aún hoy, en pleno siglo XXI, es normal que la gente de campo tenga reservas sobre esta clase de hechos o fenómenos. No es porque lo encuentren normal, todo lo contrario, es algo que creen que hay que respetar y por lo tanto no lo divulgan. Generalmente se lo cuentan a su familia o incluso lo reservan para sí mismos. “Yo respeto muchísimo”, decía Italo, en respuesta a ésta clase de experiencias.
¿Pero quién había sido esa mujer que una noche de luna clara montó el caballo de “el Primo”? Pues, lo único que sabe Italo es que: “ahí salía ese ser”. “No era a todas las personas… y no era en todo tiempo tampoco. Yo dispués me quedé varias veces del lugar que ella salía, treinta o cuarenta metros. Había un árbol de mataojo que nosotros le decimos. No sé si todos los cristianos tenemo el mismo pensamiento, porque si yo no hago mal a nadie, creo firmemente que nadie me va a hacer mal, ahora, si yo soy un hijo de mala madre o soy una persona que no tiene respeto, ahí quizá me sale una vez y me sale más”.
La historia de Italo me recuerda un capítulo especial de uno de mis programas favoritos, Voces Anónimas, que transmite Canal 12. En ella, innumerables testigos, aseguraban haber visto a la dama de blanco. Según contaban los vecinos, se trata del espíritu errante de una mujer, que en vida era muy bella. Enamorada se casa muy joven, pero ese sentimiento inicial se diluye, cuando siente que su marido se ha entregado a los vicios, olvidándose de ella. Sin embargo, su irresistible belleza despierta las pasiones de otro hombre hacia el cual también se siente atraída. No queriendo lastimar a su esposo y esperando que éste comprendiera, le espera una tarde para explicarle lo que sucedía, mas, enfurecido éste, arremete contra su joven esposa, decapitándola. Desesperado, entierra la cabeza, arrojando el resto de su cuerpo a un arroyo cercano. Así hoy, la que una vez fue una hermosa mujer, monta el caballo de los paisanos que atraviesan el paso.
Italo vivió siete meses con sus tíos, las personas que le dieron amparo y cariño. Transitó por semanas aquel camino, en el que una noche clara, le acompañara tan famosa y escalofriante pasajera. Seguramente, cualquiera de nosotros hubiera buscado la forma de eludirlo. Tampoco se nos hubiera ocurrido dormir afuera después de semejante experiencia, mucho menos hubiéramos tenido el temple para mantener la marcha, cuando por el rabillo del ojo, vemos las manos y pies pálidos de la mujer de blanco. Ni pensar que decidiéramos acampar a metros de ese mismo lugar, bajo una noche bañada de estrellas, sabiendo que nos puede volver a visitar. Y bueno, eran otros tiempos, donde no había lugar para miedos, en los que ganarse la vida era importante y “hacerse hombre”, como dice Italo, casi una responsabilidad. Tal vez, el más valiente de los lectores, quiera aventurarse hasta los pagos del Quillaí y comprobar si es capaz de compartir un viaje, con acompañante tan singular.
LA CASA DE LA “MÁGICA”
Tres meses antes que Italo Sueiro tuviera su encuentro con la famosa Dama de Blanco, vivió con sus tíos, Alira Pereira y Pedro Sueiro, en una casa cercana a la localidad de Vallé Edén. El predio que habían adquirido sus tíos y donde estaba emplazada la casa tenía unas ciento treinta cuadras.
“Era una casa chica, con dos dormitorios, el comedor y el cuarto de huéspedes. Luego había un pequeño rancho (de paja) donde estaba la despensa y la cocina a leña. Muy linda casita, bien arregladita, tipo chalet. Pero resulta, que por lo que veían y aparecía tuvieron que irse (sus tíos). Dice que la casa esa la habían hecho los mágicos, los que te casaban con mágico y quedó mucho libro, mucho cable, mucho entierro... “.
Según parece, las personas que construyeron la casa (dos hermanos y la mujer de uno de ellos) practicaban o tenían conocimientos de magia (hechizería). Conocidos de estas personas habrían comprado el campo que finalmente arrendaron a los tíos de Italo.
Por aquel entonces, “el Primo”, de catorce años, pasaba el día ayudando en las tareas del campo (recordemos que su tío era tropero, tarea en la que invertía meses llevando ganado hasta el Río de la Plata). Llegada la noche, mientras su tía se iba a dormir al cuarto, Italo se acomodaba en un catre plegable, que armaba en el comedor, contiguo al dormitorio de sus tíos.
Se hacía de noche y el sueño de Italo se veía interrumpido por una extraña sensación; es que a “el Primo” le “tiraban las cubijas”.
“Ahí le pegué el grito: “-che tía, no me tire las cubijas porque no me deja dormir tranquilo” “-Si yo ya toy acá en mi cuarto mijo (le responde Alira)”. “Pero yo mi dispertaba y taba tapao. Entonce se levantó y vino donde yo estaba y dice: “-esto siempre pasó acá”.
Desconcertado y seguramente no acostumbrado a esta clase de cosas, Italo decide “mudarse” al “cuartito de las garras”, es decir, donde se colgaban las cinchas, bridas, bozales y demás elementos que componen la montura de los caballos. Además en esa pieza se almacenaba maíz desgranado, porotos y otros granos. Allí armó Italo su improvisada cama.
“Mi acosté. Llevé el catre arroyado, lo agarré, lo extendí y mi acosté. Pero al rato cuando me puse a dormí, se volcó la barrica de maí. “-¡Puaahh, que va a decí la tía mañana!...que yo andaba revolviendo.”
Italo abandonó el catre en busca de un encendedor a nafta. Pero… “no había caído nada, taba todo tranquilo. Ahí ya me entró, no a asustarme, pero a intrigarme. Me acosté de vuelta, cuando quise dormí cayó todita la herrería de trabaja en el campo”.
Cuando caen “los ganchos” y otras herramientas de trabajo, la preocupación de Italo pasaba por sobre todas las cosas y dentro de su innegable nobleza, por lo que sus tíos pudieran pensar sobre sus andanzas nocturnas, dicho en sus propias palabras: “los tíos van a decí que yo revolví esto, que voltié todo”.
Suficientes experiencias había tenido “el primo” por una noche. Tomó sus pelegos y se fue a dormir bajo el techo de estrellas, seguramente allí no iba a ser molestado.
“Cuando mi tía se levantó me encuentra a mí en el patio durmiendo”. Entonces doña Alira le pregunta a Italo si estaba asustado: “ni loco, ni asustao, pero me pasó esto y esto y ahí adentro no duermo má”.
¿Pero cuál era el origen de tales manifestaciones? ¿Tenían relación alguna con los antiguos moradores? De acuerdo a lo que recuerda Italo, sí. Aprovechando la visita de algún vecino que se aventuraba por allí de vez en cuando, don Italo “paró la oreja” y pudo enterarse de algunos detalles. Cohibido, con voz muy baja, casi inaudible, como si su tía estuviera por allí cerca y se sintiera avergonzado por escuchar algo que no debía, Italo recuerda que los vecinos contaban cómo los antiguos dueños les hacían “jugarretas”. Era común que al visitarlos, apenas franqueada la puerta, el visitante se encontrara con prendas íntimas dentro de los bolsillos. Para los vecinos era una sorpresa y hasta un hecho vergonzoso, para los dueños de la casa era motivo de risas. Sin embargo, nadie les temía porque no hacían nada malo, solo eran chistosos. ¿Pero cómo lograban sus trucos? ¿Eran ilusionistas? ¿A qué se refería Italo con los “cables” y los “entierros”?. Los paisanos de aquella época e incluso de nuestros días no tenían tiempo para esa clase de prácticas y, seguramente, tampoco interés. Ciertamente aquellas personas eran especiales.
La magia o hechicería se define como un conjunto de rituales que tienen el propósito de convocar espíritus universales, quienes cumplen las órdenes del mago, siempre y cuando éste conozca el nombre del espíritu y sus atributos. ¿Usaban estas personas dichas prácticas o conocimientos de alguna forma? ¿Es esa la causa de las actividades paranormales en la casa de los tíos de Italo? ¿Existe la propiedad actualmente? ¿Siguen las manifestaciones? Quedarán estas preguntas, en el tintero de la historia oculta, de la “casa de la mágica”.
EL OVNI QUE NO FUE
“Fue en el 49, yo tenía tal vez 15 años, la primera vez que yo salí a casá avestrú,…en el Paso Clara que le dicen, once, doce leguas de acá (San Gregorio)”.
Por aquellos años, Italo invertía meses en el campo, junto a siete compañeros, en la cosecha de la pluma del avestruz. En aquel entonces, no solo era un negocio rentable, sino que los hacendados creían que el avestruz consumía mucho pasto, vital para alimentar a su ganado. En la actualidad se ha comprobado que esto no es así, de hecho el avestruz es más carnívoro que herbívoro, ya que se alimenta fundamentalmente de insectos, gusanos e incluso de carroña. Para la cosecha de la preciada pluma se usaban hasta 70 caballos, al menos tres carros cargados de enseres y también vacas y ovejas que se faenaban para el asado. Para atrapar los avestruces, los jinetes las “arreaban” debiendo correr con sus caballos grandes extensiones de campo (por ello los llevaban en gran número). Después de arrinconarlas contra el alambrado, las llevaban hasta una de las esquinas, donde las esperaban los “agarradores” y los “cosechadores”. Mientras algunos hombres cercaban a los animales en una manga de malla (una especie de red de vollyeball), los “agarradores” preparaban al animal para que los “cosechadores” sacaran las plumas. Este era el trabajo de Italo. Finalmente, los clasificadores las acomodaban en uno de los tres carros que se llevaban. Las plumas eran en su mayor parte exportadas a Brasil.
“Estábamo en un campo, en un monte de espinillo. Esa noche que llegamos estábamo todo jugando un truco, una conga me acuerdo. Pero fue todo como…de golpe. Eran como las diez, once de la noche…un nueve de mayo, eso me acuerdo clarito. No había hecho un día feo pero no había hecho un día lindo tampoco”.
Italo vuelve a levantarse en el banco cómo lo había hecho antes y con un claro gesto sigue contando su historia: “…bajó una estrella y quedó como de día aquello. A todos nos sorprendió, a ellos que eran hombres hecho y derecho y más a mí que era gurí. Quedó todo iluminado, bien de día; duró un minuto o meno. El caballo que teníamo atado con cadena, disparó con estaca y todo; fue pa’ ya y vino pa’ cá y se cayó pero arrancó la estaca y arrastró cuanta vaca, oveja, yegua...”
Aquella estrella, que bañó los campos de Mingo Clariget con una luz cegadora, no solo sorprendió a los hombres, sino que provocó pánico en los animales. La historia comenzaba a ponerse muy interesante y para entonces me preguntaba: ¿habían visto Italo y sus compañeros un O.V.N.I. (concretamente, una nave extraterrestre)? “La luminaria fue un ratito nomá”, decía Italo mientras yo, mentalmente, formulaba mis hipótesis.
Instantes después que la “luminaria” transformara la noche en día, el patrón manda a aprestarse para ir a buscar los animales dispersos. “Qué le vamo a agarrá de noche, a oscura, si ya disparó con la tropilla. Yo no salgo nada, yo me voy pal fogón de vuelta, cuando haga de día salimo.”
Al amparo del fogón y después de “riflexioná” sobre el tema, los hombres llegaron a una conclusión: “é una estrella que se desprendió y eso fue lo que sonó como un trueno y ahí fue cuando se asustó la animalada”.
¿”Estrella que se desprendió?, ¿”un trueno”?, tal vez mis primeras hipótesis sí estaban erradas. Comencé a hacerle a Italo preguntas que se referían a la posición de la luz o si partía de algún objeto o punto en particular. Italo con total sencillez y sin tecnicismos, aseguró que él y sus compañeros apenas si habían alcanzado a ver la luz, que fue solo un momento. En palabras de Italo: “Vimos como un relámpago pero no había tormenta, quedó todito claro, era una bola…los que tábamo mirando pal este la vimó todito, la vimo que cayó y buummm y nada má….fue cuando el pingo viejo se asustó”.
Levantando las manos y riendo, Italo me dice que jamás se les ocurrió ir a ver dónde cayó semejante bola de luz, “y de noche meno”.
“Pero…no solo nosotros vimo, los mismo peones de estancia vieron, lejo de donde estábamo; tre kilómetro quedaba de donde…tábamo a la estancia, así que no fue allí que cayó, a nosotro nos representó que fue allí pero no fue allí.”
Lo contemplé a Italo por un momento, había hecho una pausa en su narración. Me costó reaccionar, por el hecho de que nunca había escuchado de persona alguna, un relato tan sincero, de aquello que hasta hoy día le parece un misterio y que para nosotros, inmersos en un mundo de ciencia, tecnología y lógica, nos es sencillo concluir, que se trataba de un meteorito.
“¡Ah claro, era un meteorito!”, le dije a Italo emocionado, cual si hubiera descubierto un misterio. Brevemente comencé a explicarle el fenómeno que él y sus compañeros habían presenciado: gesticulando mencioné tierra, atmósfera, fuego… pero me di cuenta que las palabras estaban demás, pude notarlo cuando Italo hizo un gesto con la mano diciendo, que él no sabía qué había sido aquello, repitiendo que había sido una estrella que se “desprendió”. Así lo vieron aquellos paisanos. No se imaginaron temibles platillos voladores o cosas similares, solo presenciaron algo que no comprendían y que era mejor olvidar.
¿Hubo algún otro testigo, que pudiera tener los conocimientos para comprender de qué se trataba? ¿Dónde cayó? ¿Podría ser localizado hoy en día? ¿Aguarda ese supuesto meteorito, en algún cráter en el medio del campo desolado?; difícil es que nadie se haya tropezado con él hasta ahora. Imagino que el lector podría hacerse también esta pregunta: ¿era un meteorito lo que Italo y sus compañeros vieron caer aquella noche?
EL RECADO DE ARROYO MALO
Una de las historias, que forma parte del imaginario popular en la “Península Dorada” (San Gregorio de Polanco), es la del recado de Arroyo Malo. Cuentan que a sus orillas, sobre un espinillo, cuelga un recado, mas no uno cualquiera; éste está embrujado o maldito. ¡Pobre del incrédulo que se atreve a sacarlo de su lugar o hacer uso de él! Se dice que hace unos años, un paisano que se encontró con el famoso recado, lo llevó hasta su casa, en el mismísimo San Gregorio. Pues al pobre paisano la noche se le hizo eterna. El infortunado (o afortunado en este caso), debió devolverlo a su espinillo cerquita del arroyo y así pudo dormir en paz.
¿Qué hay de cierto en ésta historia? Ésta fue la pregunta que le formulé a Italo aquella tarde que se escabullía lentamente. Me sorprendí, cuando dijo: “Yo lo conocí”.
“No está muy lejos de acá, estará a ocho leguas...en los campos de Itel Arias y parte de la estancia de Canapá, sobre el Arroyo Malo. Ahí murió un hombre que nunca se supo cómo murió o cómo lo mataron y después murió un tío mío que ta’ acá en el cementerio”.
Italo explicó que la muerte de su tío se debió a un paro cardiaco, pero…“al que mataron, a ese lo mataron a garrote”. “Era medio lobizón también, o se hacía el lobizón…Él no quería a nadie, pero a él nadie lo quería tampoco. Un día falto al trabajo, era sereno,…al otro día falto de vuelta; fue el patrón y dijo: pucha quién sabe pa’ donde fue, ¿se habrá ido pal’ pago del?, pa’ Clara. Fue y llevo otro sereno. Paso como ocho día y no aparecía...Un buen día, ese tío…que vivía…en el arroyo cortando paja…pa’ hacer carbón, vio un bulto de boca para abajo; ya estaba hinchado. Vio que era una persona, pero no lo toco ni nada, vino y avisó al dueño del monte, o sea al dueño de la compañía, que era Guillermo Saldaña”.
Poco después, de que el tío de Italo le comunicara al contratista su macabro hallazgo, comenzaron a reunirse en el lugar capataces, peones y personas del vecindario; no faltaron los clientes de la cantina local. “Yo también andaba metido, ya era grandecito. Entonce, vinieron la autoridá y ahí sí lo sacaron para afuera. Dicen que tenía machucones, la cabeza rota, también dicen que estaba todo pellizcao por los pescados; los pies, las piernas, las mano. El dotor que lo vio, el dotor Aroche, dijo que lo enterraran, que al mes arrecién iban a hacer la autosia. Allí nomá le hicieron la fosa y allí nomá lo enterraron, sin cajón y sin nada, en la barranca, con ropas y con unas cosas que tenía. Al me fueron devuelta y ahí lo mandaron desenterrá. Ahí, sí le hicieron la autosia”.
¿Por qué las autoridades decidieron esperar tanto? Solo se me ocurre pensar, que el enterrar el cuerpo, era la mejor forma de preservarlo ante la espera de un equipo más calificado para llevar a cabo la autopsia. Pero, ¿no se veían afectadas las evidencias? De hecho, el caso del pobre paisano muerto a garrotazos, no tuvo un culpable, al menos así lo recuerda Italo. Gracias a su prodigiosa memoria, podemos saber, que el apellido del infortunado era Benítez, mejor conocido como el “Zorro”.
¿Pero qué tiene que ver el recado del que todos hablan con la muerte del “Zorro”? Para ese año, 1948, del recado no quedaba casi nada. “Yo vi el recao, algunos pedazos vi”, contaba Italo. Las sucesivas inundaciones, el tiempo inclemente y otros factores naturales fueron acabando de a poco con el recado de Arroyo Malo. ¿Pero a quién pertenecía entonces? Nadie lo sabía exactamente. Se comentaba que había pertenecido a un paisano que también había muerto en el lugar, mucho tiempo antes del fallecimiento del “Zorro” Benítez, aunque no se tenía certeza de cuándo. Había quienes decían que lo habían matado, otros, que se había suicidado. Lo cierto es que eran sus cosas las que colgaban junto al recado, atadas con alambre al espinillo.
¿Era el recado la causa de tanta desgracia? Para Italo, no. El recado no tenía nada de anormal y no había sido el causante de tan trágicas muertes. Tampoco lo había sido de la muerte de su tío, quién había fallecido de un ataque cardíaco, a orillas del mismo arroyo, pero a varios kilómetros. Tampoco recuerda que el recado haya sido protagonista de otra historia similar.
¿Y qué hay del pobre paisano que se lo llevó para su casa? Italo no tiene memoria de que esto haya pasado. Tampoco es probable que haya ocurrido después, ya que para entonces, del recado, solo quedaban tiras y cuero en descomposición.
Dicen que toda leyenda tiene algo de verdadero. Por ahora podemos estar seguros de que: el recado que antiguamente colgaba de un espinillo sobre Arroyo Malo, fue testigo de al menos dos muertes, la de su dueño y la del “Zorro” Bénitez. Tal vez el paso del tiempo pudo acabarlo, pero su historia perdura en la memoria de personas como Italo Sueiro y se transmite hoy, de boca en boca, transformándolo en leyenda.
LOS ZORRILLOS Y EL TESORO
“En el 51 yo taba en Zamora, pa’ cá del Paso de la Laguna que le llaman, en la estancia del “negro” Mautone. Era un muchachito joven. Yo trabajaba en la estancia y mis dos hermanos en el puesto que quedaba a dos legua o tré, rumbo al Paso de la Laguna. Yo tenía una dragona, una novia…por Clara. Trabajé… y me tocaba salir…iba a ver a la dragona. Era tarde y le avise al capaté José Martin: mire que yo voy a salir mañana. Me bañe, me afeité y a las tres de la mañana yo taba con el caballo ensillao. ¡Un caballo loco!, malo que daba miedo”.
En el puesto, Italo pasa un rato con sus hermanos y su cuñada. A las tres de la mañana, el corazón pudo más que el cansancio. Montó su caballo, “malo que daba miedo”, y salió al “tranco” rumbo a la casa de la “dragona”.
“A los tres kilómetros de la casa de ello, me encuentro con dos zorrillo. Taba clara la noche. Dos zorrillo acollarado con una cadenita de plata;…yo la veía de plata, pero como le dije a este hijo (a César): ¿pero quién puede creer, quién puede hacer una cosa de esa, agarrar dos zorrillo, acollararlo y largalo? Los vi clarito, yo agarraba pa’ ya y ellos me atajaban y agarraba pa’ ca y me atajaban también. ¡Ah bicho podrido!, me van a miá todo y voy a ir todito miado pa’ la casa de la novia. No los aguanté, eche pa’ tra y salí por allá pa’ delante. Dispués que pasé, que si mi fue eso, pensé: pero yo tenía qui habe marcao el lugar; pero el caballo no me dejaba, si yo me bajaba, el caballo no me iba a deja subí ma”.
Cuando Italo llega a casa de su novia, se apresta para tomar el primer mate de la mañana con su suegro. Sentados al lado del fogón, decide, no muy seguro, contarle su extraña historia.
“-Si yo le cuento una cosa, usté va a decí que es mentira… y es muy cierto. En tal y tal lugar que yo venía ahí de madrugada, me salió una collera de zorrillo, con una cadenita de plata, los do zorrillito negro, con la raya en el lomo, todo. “-¿Pero te mearon?, che” (pregunta el suegro). “-No…al contrario, sacaba el caballo pa’ tra, pa’ delante, pero siempre seguían adelante”. “-¿Y vos marcaste el lugar?” (preguntó su suegro). “-No, pero me parece que sé bien a donde e’”.
El suegro de Italo, demostrando mucho interés por la historia, le pregunta cuando pensaba marcharse, proponiéndole buscar a los zorrillos que su yerno había visto solo unas horas antes. Pero Italo no estaba seguro sobre el día de su partida, “-mañana o pasado”, le responde. “-No tengo fecha pa’ irme”.
Dos días después cargaron un carro con herramientas y partieron al encuentro de los zorrillos “acollarados” y su morada, pero lamentablemente, la búsqueda fue infructuosa, no pudieron encontrar ni rastro de los zorrillos o su cueva. Pero la aparición no fue exclusiva de Italo, por lo que pudieron saber más tarde, muchos otros paisanos también habían visto a la pareja de zorrillos.
“A los tres o cuatro mese, vinieron los que le tocó ese campo y ¡maldita la hora que el hombre vino a hacer la estancia arriba del tesoro! Los albañile vinieron, abrieron el cimiento y encontraron la olla de plata y oro. A todo el mundo le llamó la atención; ahí estaban los zorrillo, los zorrillito acollarado. Pero no era zorrillo, era el tesoro que taba ahí”.
¿Habrán querido los zorrillos, mostrar a Italo, el camino al gran tesoro? Las historias de “luces malas”, que conducen a un increíble botín a aquellos que se atreven a seguirla, pueblan nuestra campaña. También están las de aquellos no tan favorecidos, que se ven espantados por una visión espantosa. ¿Era “el primo” el hombre indicado para dar con el oro?
Mientras charlábamos, la prodigiosa memoria de Italo me llevó al lugar que transitó, hace ya tantos años. Era cerca de la estancia “La Rosada”, “pa’bajo”, en la zona de Montevideo Chico “que le dicen”, en Paso de la Laguna.
¿Cuántos tesoros esperan la persona indicada para desenterrarlos? ¿Seremos algún día los elegidos de esas visiones que protegen los valores de nuestros antepasados?
AFORTUNADO…CON FORTUNA
Entre Clara y la Hilera, “en la zona que nosotro llamábamo El Zambullón”, Italo cumplía, como tantas otras veces, su oficio de peón. Su patrón, un Montevideano de familia reconocida y buena posición económica, había adquirido allí una estancia, empezando de inmediato la reforma de la vieja casona que habitaba la antigua familia. Entre el equipo de albañiles contratados para la tarea había un joven, “de poca capacidad” (en palabras de Italo). Cierto día, el capataz de la obra le encarga la tarea de picar las paredes de una de las piezas, que otros albañiles revocarían más tarde.
“Entonce dice que él empezó a sentir con una piqueta como a hueco. Picó…picó, derrumbó y vio tres tarro de lata. Destapó…purita ficha había”.
¿Qué eran las “fichas” a las que se refería Italo?. Según me explicó, era la forma de pago habitual que recibían los esquiladores, de acuerdo a la cantidad de animales que pudieran esquilar en su jornada laboral. Sin embargo, continuando su relato me dijo: “Pero no eran ficha, eran todo moneda de oro, libra esterlina. Tres tarro lleno de esto”.
Pero las tareas de Italo lo mantenían ocupado en el campo casi todo el día, ¿cómo pudo conocer entonces detalles de lo acontecido?
Pues por los “rumores”, como expresa el mismo Italo. Esto no es difícil de creer cuando se tiene en cuenta el contexto y la época. Eran tiempos en los que todos se conocían y mientras corría el mate entre la peonada, las experiencias del día se compartían con los demás. Pero este hecho no queda nublado por el simple rumor, Italo asegura haber visto el hueco en la pared y los tres tarros (ya vacíos) que describe como sencillos, sin adornos y hechos “como de lata”.
Pero, ¿qué pasó con el oro, el patrón y el albañil? Los tres partieron en una avioneta que llegó desde Montevideo, dándole “letra” al personal para que formulara sus propias conclusiones, que por cuestiones, que espero, el lector sepa entender, he preferido omitirlas, como también he omitido el nombre del estanciero, que Italo no tiene problemas en recordar.
Los vecinos más antiguos de la zona contaban que la estancia había pertenecido a una familia acaudalada y que habrían sido sus últimos habitantes los que confiaron tan fabulosa suma a las paredes de su hogar. Poco después del hallazgo el terrateniente montevideano compró otras seis estancias en la misma zona.
Las historias de “ollas de oro”, rebosantes de monedas antiguas o joyas familiares, son comunes en el imaginario popular y puede decirse que son parte de nuestra cultura criolla. Pero muchas han dejado de ser meras “historias”, así lo prueban hallazgos recientes en nuestra mismísima ciudad, así como las decenas de testimonios de los “cazadores de tesoros”, que han realizado a través de los años interesantísimos hallazgos. Espero poder acercarles en algún momento alguna de estas historias.
No es difícil imaginar a nuestros antepasados, enterrando sus más valiosas pertenencias, en cofres de madera, bolsas de piel o en las famosas ollas y marmitas, las más elegidas, por estar forjadas en un material resistente al inclemente paso del tiempo. Pero, ¿por qué lo hacían? La inseguridad, la inexistencia de bancos o el difícil acceso a éstos por parte de los habitantes del interior de nuestra república, guerras civiles o simplemente la más absoluta desconfianza, podrían ser algunas de las razones. Se cree que la mayoría de estos tesoros aguardan por ser descubiertos.
LA LAGUNA DE LOS MULATOS
Uno de los tantos trabajos que realizó Italo lo llevó a tierras Isabelinas, a Paso de los Toros, a una estancia de vastas tierras, sobre el lago “Rincón del Bonete”. Entre otras actividades, propias al campo, en esta estancia también se producía carbón, destinado a la Asociación de Ferrocarriles del Estado (A.F.E.). Como en tantas ocasiones, Italo oficiaba de peón. Según cuenta, en una gran laguna, no muy lejana al casco de estancia, fue testigo de una extraña visión. Es que según aseguraba la mayoría de los empleados, allí se podía ver, de tanto en tanto, a tres mulatos bailar sobre la superficie del agua. Mas, eso no era todo, cerca de la orilla les esperaban tres perros bulldog. Ningún peón se atrevía jamás a meterse con los mulatos o los perros. Sin embargo, un recién llegado, que había escuchado como todos la historia de sus compañeros, juró que si se encontraba con los famosos mulatos, les iba a llamar la atención “de a palos”.
Sucedió, que en una oportunidad, en que al nuevo peón le toca su recorrida por el campo, a poco de la partida y llegando a la conocida laguna, se encuentra con los mulatos bailando sobre la superficie del agua más los tres perros que les esperaban en la orilla. Confiado en su entereza, el arrogante peón arremete, increpando a los negritos. “Fue y les llevó la carga nomá, pero resulta que los perro le avanzaron. Un negro le agarró las riendas del caballo, el otro lo cazó de una pierna, y el otro lo bajó…y el malo, el bravo se desvaneció. Cuando se dio cuenta, a los dos días taba en la estancia. Las “garras” taban en el caballete como taba acostumbrado a tenerlas. ¿Quién lo llevó a la estancia, si taba como a tre o cuatro kilómetro? ¿Quién le abrió las portera?”.
“La mágica estaba en la estancia también”. He aquí la explicación de Italo. Otra vez me encontraba sorprendido por la mención de esta suerte de “poder”. Busqué la forma para que Italo me contara más sobre la “mágica” y su relación con la aparición. Entonces me comentó algo que despertó mi curiosidad aún más: “el patrón decía la palabra y salía pa vario de nosotro. “Quién ma’ va a tener un equipo de eso allí adelante, a no ser el patrón; un equipo de eso… de la mágica. La mágica según me han hecho entender, es un equipo, allí adentro de esos campo, ahí hay un equipo. Parece que trabajan con azufre, que tienen cable por todo lado. Así hacen representá todo lo que ello quieren representá”.
He consultado con varias personas, recabando diferentes opiniones y todas apuntan a que seguramente estos fenómenos tienen relación con algún tipo de alta magia; hechicería. Insistió en que la gente que “trabaja con la mágica” lo hace a través de libros y el uso de azufre, al menos es lo que más recuerda. Tampoco podemos pretender de Italo explicaciones técnicas de un fenómeno que no le interesaba investigar y que para él no tenía ningún provecho, más que perder su trabajo. No olvidemos también el profundo respeto que siente por estas cosas.
Si el patrón de Italo era, de hecho, responsable por la aparición, como afirmaban él y sus compañeros, ¿usaba alguna especie de equipo que le permitiera crear efectos como los de hoy día? Difícil, esos equipos aún no existían por aquellos años e incluso hoy, son exclusivos y muy caros. Tampoco deberían ser capaces de crear imágenes en tres dimensiones tan reales como para que una persona las confunda con un ser viviente. ¿De dónde venía entonces la visión? ¿A qué equipo se refería Italo? ¿Serían los mulatos y sus perros parte de un pasado que se repetía para la eternidad? Lo cierto es que solo en la memoria de Italo han quedado impresos esos recuerdos que hoy nos llegan a través de su testimonio.
Para ir cerrando su ronda de relatos, bajo el cielo de la tarde que se nos iba, Italo me refirió otras pequeñas historias sobre la “mágica” y la “península dorada”, pero son de esas historias que prefiero guardar en el tintero, al menos por ahora. Agregó luego que “eso era lo que pasaba allá en Valle Edén”, refiriéndose a la experiencia que vivió junto a su tía.
Por último quiero agradecer a César Sueiro por ponerme en contacto con su padre y por demostrar siempre un interés por estas cosas de lo “oculto”. Hay que saber apreciar lo que nos cuentan aquellos que han vivido décadas, sus testimonios son mejores que todos los libros. Hace mucho tiempo que deseaba charlar con un “abuelo” cuyas magníficas experiencias pudiera inmortalizar a través del blog. Espero les guste tanto como a mí. Finalmente más que agradecer, quiero dedicar un abrazo grande y este humilde artículo a la maravillosa persona de Don Italo Sueiro.